I.- LOS HOMBRES DE TODOS LOS
TIEMPOS NOS HAN HABLADO DE DIOS.
Cuando nosotros hablamos del Dios del que
han hablado los hombres de todos los tiempos no nos referimos al Dios de los
filósofos, no hablamos de aquel ser que es el simple término de un
razonamiento (aunque no despreciamos este hecho), sino que hablamos del Ser
supremo, trascendente, totalmente otro y a la vez cercano y personal que se ha
hecho presente de una manera vital y no únicamente racional, en el interior y
en la vida de millones y millones de personas de todas las épocas y en todas
partes. Y es de esa experiencia personal y de los testimonios de
estas personas de donde partimos para hacer nuestras reflexiones sobre la
religión y sobre el hecho religioso considerándolas tanto en su aspecto
individual y personal como social e institucional.
El
hecho religioso es una realidad atestiguada por una infinidad de culturas
diferentes tanto por su localización espacio-temporal como por su nivel de
integración social y de progreso técnico. Es por esto por lo que la
religión, que trasciende el ámbito de lo meramente interno de la persona, se
convierte en un fenómeno susceptible de manifestarse bajo las más variadas
formas y contenidos.
Es
de este fenómeno interior-exterior de lo que queremos tratar a continuación en
sus diversos aspectos o matices.
En primer lugar el Dios Supremo, aquel Dios que está por encima
de todo en la religión naturalista o el que está por encima de todos los dioses
en la religión politeísta.
En segundo lugar son sagrados tanto los otros dioses del
politeísmo, incluidos los reyes divinizados, como los elementos sacralizados
del animismo y de la religión naturalista.
Junto a los dioses aparecen también
más o menos sacralizados todos aquellos elementos (cosas, vegetales, animales o
personas, tiempos, fiestas...) que actúan como intermediarios entre Dios y los
hombres. Este intermediario se convierte en símbolo de la divinidad, de algún
atributo de la divinidad o es instrumento de la misma para entrar en contacto
con el hombre.
Ante el fenómeno singular y múltiple del hecho religioso nos podemos
preguntar si existe una definición de religión capaz de abarcar todas sus
manifestaciones y cuál es el origen y significado más profundo de la religión
para el hombre religioso.
Para encontrar una definición de religión
que abarque todas las manifestaciones de lo religioso es preciso ir más allá de
la casi infinita diversidad de las mismas de manera que, superando lo
anecdótico, lo singular o accidental, podamos llegar al significado
original de lo religioso.
Es necesario también distinguir entre
religión como apertura radical, acto o actitud de la persona y la religión como
manifestación cultural o institución social. Aunque en la historia de las religiones
aparece como un hecho constante la cristalización de la actitud religiosa del
sujeto en una realidad de dimensión social, a veces no se hace la adecuada
distinción entre acto religioso y la organización social que se deriva de él.
En el primer caso, la religión se estudia
teniendo en cuenta al sujeto y todo lo que acontece en él en su encuentro con
lo Sagrado. En el segundo caso se entra de lleno en el estudio de
las religiones como instituciones constituidas en las cuales participan
multitud de individuos.
Podemos decir que el núcleo originario del sentimiento religioso se
encuentra en el reconocimiento que tiene el hombre de que más allá de todo lo
que él domina o es capaz de dominar existe una realidad totalmente
trascendente, inalcanzable y absoluta denominada de diversas maneras,
y que nosotros, con R. Otto, podemos llamar SAGRADO o SANTO. La
religión es, según este autor, "la relación del hombre con
lo sagrado"[1] , entendiéndose como Sagrado o
Santo el “Misterium tremens et fascinans”:
Misterium : El elemento común a todas las religiones de esta realidad superior que
hemos llamado “SAGRADO” puede ser concebido bajo el término de MISTERIO por lo
que tiene de superior y de inaprehensible o sustraído al dominio del ser
humano. Es algo que está más allá de los sentidos y de la vida misma, más allá
de toda forma de existencia intramundana. Es, simplemente, trascendente. Por
ello es misterioso, oculto, con todo lo que esta palabra lleva consigo.
Tremens viene de la palabra latina que indica temblor ante algo que nos es superior
y desconocido. Se trata de un temblor que al mismo tiempo nos atrae. Es una
realidad ambivalente, mezcla de temor y atracción, de horror y consuelo.
El tremendo misterio
puede ser sentido de varias maneras. Puede penetrar con suave flujo el ánimo...
Puede estallar de súbito en el espíritu... Puede llevar a la
embriaguez, al arrobo, al éxtasis... Puede hundir al alma en horrores y
espantos casi brujescos... tiene manifestaciones y grados elementales, toscos y
bárbaros, y evoluciona hacia estadios más refinados, más puros y
transfigurados. En fin, puede convertirse en el suspenso y humilde temblor, en
la mudez de la criatura... ante aquello que en el indecible misterio
se cierne sobre todas las criaturas.[2]
Es la misma
experiencia que el hombre experimenta ante muchas situaciones de la vida: la
muerte, una tempestad, una sima... Es una experiencia básica que tiene el ser
humano ante esas situaciones más o menos misteriosas y que se le imponen. El
hombre puede encontrarse en esa misma situación ante cualquier cosa
o situación que no entiende y que se le impone de esa manera. Por
eso mismo puede pasar de esa experiencia de lo misterioso y tremendo a la
aplicación a lo sagrado.
Fascinans: El contenido cualitativo de lo numinoso (que se presenta bajo la
forma de misterio) está constituido de una parte por ese elemento antes
descrito, que hemos llamado tremendum, que detiene y distancia con su majestad.
Pero, de otra parte, es claramente algo que al mismo tiempo atrae, capta,
embarga, fascina. Ambos elementos atrayente y retrayente, vienen a formar entre
sí una extraña armonía de contraste.[3]
El hombre que ha
experimentado ese misterio tremendo siente una gran dificultad para expresarlo.
Es una experiencia superior, única, que supera al resto de las experiencias
humanas y que las palabras que se emplean para expresar los acontecimientos y
realidades mundanas son incapaces de agotar.
Esta definición de
religión puede ser válida para todo tipo de religión o experiencia religiosa:
desde aquella para quien lo sagrado es una realidad impersonal, como ocurre en
cierta forma en las religiones primitivas, hasta aquellas religiones
que admiten un sólo dios personal.
Dependiendo del grado de
madurez de la persona [4] o del grupo, se
acentuarán más o menos los elementos con los que definimos lo
"sagrado"[5].
Así en individuos o en
religiones primitivas se tenderá a sacralizar más e incluir en el ámbito de lo
sagrado todo aquello que es "misterioso",
"incomprensible"...mientras que en los individuos o grupos más cultos
o maduros se "desacralizará" o secularizará gran parte de lo que ha
sido sacralizado en un estadio cultural anterior. De esta manera la idea de
Dios se irá "desencarnando" cada vez más de las situaciones o cosas
que nos rodean para encontrar una nueva dimensión propia del mismo Dios.
Del mismo modo, en
culturas donde lo "sagrado" o lo "superior" se concibe con
temor y miedo se tenderá a experimentar el aspecto "tremens" como
temblor, mientras que en culturas o en individuos en los que lo "superior"
se enmarca dentro de un clima de confianza y afecto, el aspecto
"tremens" se percibirá como confianza, atracción, amor, amistad...
1] R. Otto. Lo Santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios. Alianza Editorial. Madrid 1980.
[2] R. Otto. Obra citada.
[3] R. Otto. Obra citada.
[4]A mayor madurez psicológica y cultural de la persona habrá una mayor liberalización de complejos, fijaciones, neurosis, ignorancia, y con ello una menor contaminación del objeto de la experiencia religiosa, como veremos más adelante.
[5] El hombre religioso ha entendido por sagrado varias cosas:
Más allá de esta primera toma de contacto con la "llamada
interior", el sujeto capta y organiza en su interior su experiencia
singular configurándola con la constelación de experiencias y percepciones,
tanto las que proceden del exterior como de su interior.
El sujeto de la experiencia religiosa es un hombre concreto, con unas
necesidades básicas; unos temores, deseos, aspiraciones propias. Es un hombre
con unas experiencias afectivas únicas en relación con la madre, el padre y las
personas con quienes ha convivido. Este hombre ha vivido en una cultura
ambiente e incluso en medio de una fe religiosa determinadas. A todo ello ha
respondido, desde la más tierna infancia de una manera personal y única,
creando a través de su corta o larga historia, un yo único e irrepetible.
Este yo singular, con su historia, con sus conflictos, complejos,
inmadureces..., al entrar en contacto con lo “Sagrado” en la experiencia
religiosa, es un recipiente concreto en el que lo Trascendente es
recibido, percibido, según la estructura, la manera de ser singular
de este yo. La experiencia religiosa, pues, de un individuo dado, es
experiencia primero y percepción después única e irrepetible, como única e
irrepetible es cualquier percepción humana, y como único e irrepetible es el
que la recibe o percibe.
LOS HOMBRES CREAMOS LA
IMAGEN DE DIOS A NUESTRA IMAGEN Y SEMEJANZA
El Dios de la experiencia religiosa es percibido, por consiguiente, bajo el
prisma y el color específico del yo que se encuentra con Él, con todo lo
positivo y negativo que esto lleva consigo. Es un Dios singular en el que se
refleja y se proyectan todas las inmadureces del yo que lo percibe.
La percepción de lo Sagrado, la percepción inicial de Dios, queda
interpretada a la luz de la cultura ambiente asumida por el sujeto y a la luz
de la historia y personalidad del mismo sujeto. Dios se convierte
así, en cierta forma, en una creación mía. Sí, permanece lo básico, la
irrupción de la trascendencia en mi vida con sus connotaciones básicas de
Misterio Tremendo y Fascinante, Numinoso e Inefable, pero yo soy capaz de
rellenar, de configurar cada hueco, cada expresión misteriosa e inacabada de mi
experiencia fundamental. Es más la configuración del Dios que se ha
asomado a mi interior se hará a "imagen y semejanza" de mi personalidad
interior.
Esto explica por qué Dios puede ser, y ha sido en la historia de las
religiones, todo lo que las diversas culturas o lo que la mente humana ha
querido proyectar desde su interior:
· Dios
ha sido un ser apartado y olvidado de los seres humanos y lo más cercano e
íntimo a nosotros y al mundo que nos rodea.
· Dios
ha sido un juez inexorable que está vigilando nuestras más insignificantes
acciones para castigarnos a nosotros y a nuestros antepasados y ha sido un
Padre cercano y misericordioso pronto a olvidar y perdonar.
· Dios
ha sido un guerrero cruel, partidista y ansioso de venganza y de sangre y el
Padre que ama por igual a todos los hombres y sólo desea el amor y la paz entre
ellos.
· Dios
ha sido el Ser Supremo deseoso de ver a los hombres cómo se humillan y se
ofrecen en sacrifico ante su majestad y el amigo cercano que no quiere el
sacrificio, sino el amor, la confianza y la sencillez.
Los hombres de todos los tiempos nos hemos empeñado en aplicar a Dios todas
nuestras neurosis, nuestras inmadureces y hemos ofrecido continuamente en
nuestra "imagen de Dios" más bien la imagen de nosotros mismos, de
nuestra miseria, de nuestra indigencia y, sobre todo, de nuestras desviaciones
culturales o personales.[1]
A partir de esta
"imagen" el hombre religioso concreta su percepción de Dios
en un lenguaje interior, en unos símbolos que para él evocan plenamente toda su
experiencia de Dios, toda su respuesta personal y todos los sentimientos
concomitantes. Son unos símbolos plenos, sagrados..., a los que puede
acudir continuamente y que tienen para él un significado y emoción únicos.
En la comunicación de la experiencia religiosa hay un cúmulo de elementos
propios de la persona comunicante que constituyen el ropaje exterior, con
el que se reviste la experiencia fundamental de Dios. Esta aportación personal
humaniza, antropomorfiza la experiencia original de Dios, hasta convertirla en
una imagen del comunicante.
En la imagen del Dios
que se transmite está cristalizada la cultura y la personalidad concreta del
comunicante con sus defectos o imperfecciones. En otras palabras: la imagen de Dios comunicada por una persona o
una cultura no es otra cosa que la experiencia original de Dios revestida de la
cultura y personalidad del comunicante, revestimiento que puede
llevar hasta una deformación tal de lo original que termine ofreciendo
más una caricatura que una verdadera imagen de Dios.
Quien quiera comunicar a
Dios, debe poner mucho cuidado en prescindir de todo lo que es añadido por él o
por su cultura e intentar ofrecer una imagen de Dios lo más desnuda posible de
condicionantes o revestimientos propios. Debe intentar comunicar a Dios en lo que es Trascendente, en lo que
es intercultural e interpersonal si quiere, de verdad, acercarse a la
objetividad. En la práctica, en aquellas comunicaciones que llamamos
Evangelización, Misiones...se debe comunicar lo que es fundamental, renunciando
lo más posible a los elementos culturales de la propia fe y respetando
profundamente la manera de pensar y de ser de los receptores. De ninguna manera
se puede tener la pretensión de comunicar la propia idea culturalizada y
personalizada de un Dios que uno mismo se ha hecho nacida de su propio
ambiente.
Lo volvemos a repetir:
Dios es tan inmenso que nadie es capaz de agotar en su experiencia o cultura su
grandeza ni, por consiguiente, pretender poseer la exclusividad de Dios. Por
eso quien de verdad quiere acercarse a Dios, tiene que estar abierto a todos
los hombres y mujeres, a todas las culturas que, desde su experiencia
religiosa, han sido capaces de captar algún destello, aunque sea pequeño, de la
infinitud de Dios.
Esta comunicación, sin
embargo, sólo puede hacerse desde la mayor destrucción posible de lo personal y
de lo cultural, desde el olvido de sí para que aparezca Dios.
A pesar de todo ello,
aún se mezclarán impurezas que deberá tener en cuenta quien recibe la
comunicación religiosa. Este, para quien la comunicación sólo es comprendida a
través de los signos convencionales del lenguaje y que pueden no ser símbolos
de Dios, sino en tanto en cuanto él mismo haya tenido experiencia personal propia
de ellos, tendrá que integrar el mensaje religioso dentro de la configuración
de signos, ideas, experiencias, símbolos que le aporta su ambiente y
experiencia personal.
Por otra parte, en
la medida en que la idea comunicada de Dios haya sido más desnudada, más
desprovista de la cultura y personalidad del comunicante, será más capaz de ser
aceptada e integrada dentro de las estructuras culturales y mentales del
receptor.
A partir de esta
recepción nace una nueva experiencia y elaboración cultural-personal de la idea
de Dios, que, de nuevo, estará sujeta a las mismas exigencias sobre las que
hemos hablado anteriormente, de cara a la comunicación.
Todo lo que acabamos de
decir tiene consecuencias muy importantes tanto para el estudio de las
religiones como para lo que en nuestra civilización cristiana llamamos
Evangelización o misiones. Analicemos algunos
ejemplos:
1. La primera comunicación de S. Pablo a los paganos. Pablo, perfecto conocedor tanto del judaísmo como de la cultura
grecorromana adapta los contenidos de su experiencia religiosa acerca de
Jesús de Nazaret y de su mensaje sobre el mismo Jesús a la mentalidad de sus
destinatarios y en lugar de pretender convertir a los grecorromanos en judíos,
reviste su experiencia religiosa y sus ideas de los elementos religiosos
grecorromanos. Para ello elige los elementos religiosos que más arraigados
estaban entre el pueblo, los misterios y les da un nuevo sentido,
convirtiéndolos en el Misterio Cristiano. Esta era una necesidad aplicable a
aquella cultura y, posiblemente, agotable con ella. Por consiguiente no
extensible ni a otras épocas ni a otras culturas so pretexto de que era más o
menos primigenia.
2. En las controversias
entre la Iglesia y los llamados "herejes" aquella tomó decisiones en base a una manera de
pensar o filosofía contemporánea. Las verdades del cristianismo quedaban
encerradas en los estrechos límites de la filosofía y modo de pensar
contemporáneos. Pero aquellas decisiones cristalizadas en dogmas
cristianos ¿Deben obligar a toda la posteridad sean de la época y de la cultura
que sean? ¿Dónde queda el Evangelio o el mensaje de Jesús escondido tras el
ropaje y los símbolos de otros tiempos y de otras maneras de pensar?
3. La historia de las misiones está plagada de
aberraciones con las que se ha
destruido el modo de pensar y vivir preexistente para imponer, incluso a la
fuerza, la cultura cristiana, como si el mensaje de Jesús estuviera adscrito a
algún pueblo o cultura.
4. En nuestros días no es
raro ver la pretendida autoridad de la Iglesia que intenta imponer, junto con
la predicación del mensaje de Jesús, elementos totalmente occidentales o
simplemente personales, presentándolos como parte del mensaje de Jesús.
5. Es más, su
empecinamiento en creer que son los únicos dueños de la verdad, de los símbolos
religiosos o que tienen la exclusiva de Dios, les lleva a despreciar y a
condenar a quienes no se acomodan a sus esquemas estereotipados, fijos,
anclados en el espacio y en el tiempo.
Esta actitud se vuelve
inexorablemente contra quien pretenda presentarse como portador de la
experiencia de Dios, ya que quien así hable y actúe no representa ni al
verdadero mediador ni al verdadero comunicante de Dios y, por otra parte, quien
reciba el mensaje proveniente de tal comunicador terminará o no aceptando tal
comunicación o negando al comunicante.
1] Mientras el hombre inmaduro aporta, en su percepción de Dios, un YO tal que su concepto o idea de Dios, así como sus vivencias y respuestas religiosas, no pueden dejar de estar cargadas de sus inmadureces, el hombre maduro en su actitud ante Dios (creencias, sentimientos, y respuestas prácticas), ante el mundo y ante los demás será más mediador incontaminado de su experiencia religiosa.
La religión del hombre inmaduro es una religión imperfecta, es una caricatura de la misma. La religión del hombre maduro transparenta una religión más auténtica" .Dacquino, G.: Religiosidad y Psicoanálisis. Madrid, 1982
Cuanto más maduro es el hombre más capacidad tiene para acceder a una verdadera y auténtica actitud religiosa. Esto no quiere decir que el hombre inmaduro e incluso neurótico no pueda ser religioso. Puede serlo y subjetivamente llegar a alcanzar una santidad mayor que un hombre maduro concreto; pero será una santidad a pesar de.., una santidad que no puede ser tomada, sin más, ni en sí misma ni en su mensaje, como modelo para los demás hombres. La comunicación de la auténtica actitud religiosa debe partir de una verdadera promoción de la persona (no hacia una cultura) para que ésta sea madura en su contexto sociocultural concreto y, de esta manera, llegue a ser también madura religiosamente.
[1] En la práctica, en la Evangelización, Misiones...se debe comunicar lo que es fundamental, renunciando lo más posible a los elementos culturales de la propia fe y respetando profundamente la manera de pensar y de ser de los receptores. De ninguna manera se puede tener la pretensión de comunicar la propia idea culturalizada y personalizada de un Dios que uno mismo se ha hecho a otros ambientes o culturas.
I.- LOS HOMBRES DE TODOS LOS TIEMPOS NOS HAN HABLADO DE DIOS.
1] R. Otto. Lo Santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios. Alianza Editorial. Madrid 1980.
[2] R. Otto. Obra citada.
[3] R. Otto. Obra citada.
[4]A mayor madurez psicológica y cultural de la persona habrá una mayor liberalización de complejos, fijaciones, neurosis, ignorancia, y con ello una menor contaminación del objeto de la experiencia religiosa, como veremos más adelante.
[5] El hombre religioso ha entendido por sagrado varias cosas:
1] Mientras el hombre inmaduro aporta, en su percepción de Dios, un YO tal que su concepto o idea de Dios, así como sus vivencias y respuestas religiosas, no pueden dejar de estar cargadas de sus inmadureces, el hombre maduro en su actitud ante Dios (creencias, sentimientos, y respuestas prácticas), ante el mundo y ante los demás será más mediador incontaminado de su experiencia religiosa.
La religión del hombre inmaduro es una religión imperfecta, es una caricatura de la misma. La religión del hombre maduro transparenta una religión más auténtica" .Dacquino, G.: Religiosidad y Psicoanálisis. Madrid, 1982
Cuanto más maduro es el hombre más capacidad tiene para acceder a una verdadera y auténtica actitud religiosa. Esto no quiere decir que el hombre inmaduro e incluso neurótico no pueda ser religioso. Puede serlo y subjetivamente llegar a alcanzar una santidad mayor que un hombre maduro concreto; pero será una santidad a pesar de.., una santidad que no puede ser tomada, sin más, ni en sí misma ni en su mensaje, como modelo para los demás hombres. La comunicación de la auténtica actitud religiosa debe partir de una verdadera promoción de la persona (no hacia una cultura) para que ésta sea madura en su contexto sociocultural concreto y, de esta manera, llegue a ser también madura religiosamente.
[1] En la práctica, en la Evangelización, Misiones...se debe comunicar lo que es fundamental, renunciando lo más posible a los elementos culturales de la propia fe y respetando profundamente la manera de pensar y de ser de los receptores. De ninguna manera se puede tener la pretensión de comunicar la propia idea culturalizada y personalizada de un Dios que uno mismo se ha hecho a otros ambientes o culturas.
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